Polvo duro con mi vecino favorito

Siempre sentí debilidad por mi vecino mayor, el mecánico, porque tenía los hombros anchos, las manos ásperas y una voz tan grave que cada vez que me saludaba, se me mojaban los pantalones. Una noche, no podía dormir, así que me puse la bata y lo seguí por la ventana del garaje mientras trabajaba en su moto, sin camiseta, con las manos llenas de aceite y el sudor goteando por su pecho.

No me di cuenta de lo cerca que estaba de la ventana hasta que la abrió y me dijo que, si quería mirar tanto, debería armarme de valor y entrar. Mi corazón latía tan fuerte que creí que me iba a desmayar, pero entré en su garaje, abriendo la bata de baño para revelar que no llevaba nada puesto, acababa de salir de la ducha...

Me pegó a la mesa de trabajo en cuanto entré, besándome tan fuerte que gemí en su boca. Sus manos recorrían todo mi cuerpo, agarrándome los pechos, deslizando los dedos dentro de mí mientras yo me retorcía contra él. El garaje olía a aceite y sudor, y el frío metal del taller contra mi trasero hacía que cada caricia fuera más intensa.

Me inclinó sobre la mesa, me abrió las piernas y entró en mí con fuerza, en un solo movimiento, profundo y potente, que me hizo gritar. Me follaba tan fuerte que las herramientas traqueteaban a nuestro alrededor y el sonido de la piel húmeda golpeándose resonaba en las paredes del garaje. Me agarró del pelo, tirándome la cabeza hacia atrás, para poder susurrarme lo mucho que había soñado con follarse a su vecina guarra.

Tuve un orgasmo tan fuerte que casi me desmayo, con las piernas temblando mientras él me golpeaba, sus caderas chocando contra las mías hasta que gimió y me inundó con su semen caliente, quedándose profundamente dentro de mí mientras yo me apretaba contra él. Se retiró lentamente, con el semen goteando por mis muslos sobre el suelo sucio.

Me ayudó a arreglarme la bata, me besó más tiernamente de lo que esperaba y me dijo que podía ir a verlo trabajar todas las noches que quisiera, siempre y cuando supiera lo que pasaría si me pillaba de nuevo.

Desde entonces, me he colado allí casi todas las noches, en cuanto mi marido se queda dormido.